miércoles, 11 de noviembre de 2009

Unos ojos

Dos abrojos
Que traigo clavados,
Son tus ojos,
Hechiceros y malvados.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Una auténtica supervillana

Había resultado que después de todo, yo había sido esa tarde una malvada de pura cepa: engañadora, vil y perversa. Por más inofensivo y dulce que había aparentado ser el motivo, el gesto me había transformado (¿cómo no?) en la encarnación de la mismísima Maléfica.
Ni Flora, ni Fauna, Ni Primavera. ¡No! Nada de hadas bondadosas. No había posibilidad de que hubiera habido buenas intenciones en ese accionar. 
El problema era que ni siquiera yo me había percatado del minúsculo detalle de que estaba siendo, en ese lugar y para esa mujer, una auténtica supervillana.
No lo tuve en cuenta porque verla me produjo cierta conmoción: reparé en la belleza de su pelo y de su boca, y me dio la impresión de que era la clase de persona con la que hubiera hecho amistad - de haberla conocido en otras circunstancias-. Ironías de la vida, claro. 
Olvidé asumir de forma consciente el memorable rol de maliciosa que estaba destinada a oficiar dado que la situación exigía la lucidez de un comentario agudo, oportuno y urgente que me sacara del paso. ¿Y qué mejor que hablar de comida en un evento foodie? Gracias.
Hice una pregunta y asentí. Volví al rostro de la mujer. Noté que tenía lindos y pronunciados pómulos, y la frente muy ancha. Observé la blusa límpida y el jean, las manos, las uñas, los anteojos de sol. Miré a su hija en el cochecito. 

- ¡Ah, qué bueno!, dije sin prestar siquiera un mínimo de atención al diálogo.
Respiré. Recomendé unos cannoli de pistacho y naranja glaseada que vendían al otro extremo del predio. Pensé que la nena tenía la piel muy blanca y que los inoperantes de producción tendrían que haber contemplado más espacios con sombra. Sonreí. Saludé y me fui. Listo. Avancé tres estadios en mi carrera de Artes Ponzoñozas, Hechicería y Crueldad. En ese momento me salieron pezuñas, cola y lengua bífida. Aún no lanzaba llamaradas de fuego. Hacía mucho calor. 
Un par de años después me enteré que ese día, esa mujer había hecho un comentario sobre lo simpática que yo había sido esa tarde. Me lo contó su marido, el otro archivillano de las fuerzas del mal.