viernes, 7 de diciembre de 2018

A Clara

Si aún no tiene dueño, Clara, 
el villancico navideño
que cantaste esta mañana,
¿Podrías pedirle a Weihnachtsmann
que entre por mi ventana
y me lo regale en un sueño?


martes, 4 de diciembre de 2018

Vida y obra

Si el arte me alcanza
voy a darte una historia
que al pesar, la memoria,
incline en la balanza
trayecto y trayectoria,
adultez, juventud y crianza,
añoranza, zozobra:
vida y obra. 

Fantasías de Jacqui

Ella lo presentía. Había llegado el día de su muerte y las instrucciones eran - algo excéntricas -pero claras: no oblación de órganos, envío del cuerpo a su Junín natal, funeral con música de Chayane, crematorio y traslado de sus cenizas al Parque Tayrona, en Colombia. 
La logística iba a ser algo compleja. Pero esa era su última voluntad y manifestarla la tranquilizaba, al menos en ese aspecto. 
Lo demás era todo incertidumbre: ¿Sería el atentado lo suficientemente grande como para derrumbar todo su edifico? ¿Moriría en el acto o padecería un sufrimiento agónico? ¿Qué estaría pensando en el preciso instante del estallido? Quizá, que iba a morir sin siquiera conocer el nombre del muchacho que trabaja en el local de venta de motos y que el sujeto en cuestión quedaría impávido al enterarse de su trágico desenlace. 
Tal vez, repararía en la larga lista de familiares y amigos que se informarían del fatídico suceso cuando mencionaran su nombre entres las víctimas fatales; luego de extensos y engorrosos comunicados oficiales, denuncias cruzadas de funcionarios nacionales e internacionales; reclamos de justicia y esclarecimiento por parte de organismos multilaterales, ONG’S, y organizaciones terroristas diversas atribuyéndose el hecho. 
Es cierto, su deceso no sería un gesto heroico. Pero habría, al menos, algo de justicia poética en la magnitud del escándalo. Generaciones enteras recordarían a Jacqui, la víctima número 283 del G20. 
La lista -dijeron que - sería larga: habían anticipado unas 1500 bajas. Así que su posición 283 no estaría tan mal en el ranking de cadáveres.
Después de todo, había llegado su hora y su vida no finalizaría con modestia.
Se había animado a expresar su preocupación en la oficina. Pero nadie se había percatado de la seriedad de su presentimiento. Nadie. Ni siquiera Lula o Marcos lo tomaron en cuenta. Todos iban a lamentarlo el lunes. Incluso Lucía, desde su casa, iba a quedarse boquiabierta cuando sonara por fin el teléfono y Esteban (Sí, tendría que ser Esteban) la pusiera al corriente de los acontecimientos.
Ahora que había llegado el día (de eso no había dudas por que Donald Trump era la mismísima Parca) solo quedaba esperar a que todo se cumpliera. 





jueves, 12 de julio de 2018

La Iglesia de Saint Michel

Vida, pena, quimera...
Algo en tu cara
era tan familiar
como el barrio de mi niñez;
y a la vez, 
un lugar desconocido.
Quién sabe,
quién pudiera haber oído
el suspiro aquel,
y ver las hojas de otoño
sobre la Iglesia de Saint Michel.