martes, 30 de junio de 2015

A Oyuela: poeta, ensayista, escritor y crítico literario

¿Qué diría Oyuela
De estos versos?
¿Qué apuntaría
El célebre poeta
De las vulgares rimas
De su tataranieta?

¿Qué nota al pie 

Redactaría, 
El avezado ensayista,
El crítico hispanista,
De la prosa indecorosa 
E incongruente 
De su lejana pariente
Que, poco pertinente,  
En cuarta línea sucesoria,
Escribe un poema inoportuno,
Jactándose del vínculo
Con un difunto
y sin mérito alguno?

"De gracia carece la

Literatura a que 
Se inclina presta
Falta de talento,
Gracia y testa. 
Que nos haga los honores:
Que elija de los males 
Los menores y se dedique, 
Por Cristo, a otras labores".

O quizá, la iniciaría 
En el arte, del que fue 
Afamado y ducho:
"No importa si poco
O si mucho, se imprimen 
Los textos. Tinta
Y papel son aladas
Fuentes de inspiración
Para un corazón 
Que se inquieta 
Con un alma aprisionada
Que al empuñar una pluma
La vuelve su espada.
He, aquí, mujer, mi consejo: 
Halla una vida apasionada,
Un camino de espinas
Busca en tus versos.
No elocuentes rimas;
Que la pompa es alcanzada 
Por la carne, que finada,
Tórnase inanimada.
No confundas ni quieras 
Encontrar la gloria
En perpetuarte 
En la Historia:
¡Que el ánima no necesita 
De laureada coronita! 
Atesora en la memoria
Del Libertador, la frase 
Por él legada, y has 
En ella tu morada:
"Serás lo que debas ser
O sino no serás nada"".



viernes, 26 de junio de 2015

Victoria

Volveré a oír tu risa 
Y en un eco seré 
Una forma plena e 
Indivisa. Una esfera
De dolor y encanto,
De alegría y llanto.

Volverás y vivirás 

En esa atmósfera, 
En esa cercanía, 
Tan tuya y tan mía.

Y seré liviana 

Como una brisa;
Y serás, hermana, 
Un espacio sin tiempo
Y sin prisa. 


jueves, 25 de junio de 2015

Saña

¿No te envió, mi aliento,  
El beso monástico  
Aquella mañana?

¿No me oíste maldecir 

Y suplicar, y volverme
Hereje y puritana?

¿No sentiste el fuego

Que enardeció
El desencuentro?
¿No me viste caminar
Por el desierto?

¿Qué no sabes 

Que he vagado
Y te he encontrado
Como un espejismo 
Adentro mío?
¿Qué no ves que 
Voy a saltar 
Hacia el vacío?

¿No escuchaste 

Aletear a las palomas 
Con el redoble de campanas?
Y éstas ensañadas ganas ...


viernes, 19 de junio de 2015

Confesiones de una desprolijidad

Esta historia no me pertenece. No es mi creación o producto de mi inventiva. Lo que voy a narrar no es ficción, sino el relato de una serie de acontecimientos que fueron forjándose como hierro, tejíendose como seda, antes de que me fueron confesados. Esta es la historia que me contaron, una historia de seducción y de placer, que como tantas otras narraciones eróticas, tiene lugar en un hotel porteño.

Contiene escenas de sexo y de violencia; así que si no están dispuestos a conducir sus límpidos pensamientos por los oscuros senderos que con ella fueron trazados, simplemente enciendan la televisión y miren otro capítulo rosa de la telenovela rosa de las veintiuno. 

Si por el contrario continúan con la lectura, quedarán con ganas de ponerse más y más 
húmedos. Elijan, señores, su propia aventura. Yo no revelaré bajo ningún punto de vista la identidad de quien me la confesó: la protagonista, alguien a quien aprecio y admiro, y a quién denominaré en adelante, "Perra Sexy" o "ella".

Algunas de sus características (para que puedan delinear el tipo de personaje del que estamos hablando): ya dijimos que es una perra sexual en todos los sentidos en que una mujer puede serlo. Un lindo quilombo: original, resoluta, independiente y con una dosis extra grande de pimienta. Una mina intensa en sus emociones y en la forma de expresarlas. Un terremoto con el culo y las tetas perfectas. ¿Piernas? Perfectas ¿Ojos? Amarillos como los de una pantera. ¿Boca? Carnosa. Un animal. Una perra.

¿Él? Un jeque occidental con gustos excéntricos. Dueño de propiedades en Miami y en Nueva York, un Mr. Grey modelo 504. Un gánster a la vieja usanza: dedicado a los negocios, al lifesyle, al whiscky, a las putas, a los viajes y al lujo. Un cincuentón sibarita y amante del bon viviant. Capricho hasta los huevos. Un seductor. Una máquina de opulencia, demandante y decidido con un sex appeal impresionante. Prolijo, impecable, perfumado. En dos palabras: un cazador. Lo llamaremos "Hunter" o "H" 

El cazador y la presa están a punto de encontrarse en el lobbie de un hotel de Recoleta. El asunto: negocios. El mundo ejecutivo brinda oportunidades magníficas para encuentros sexuales con desconocidos. 

Ya en el lobbie del hotel, él carga una bala y pone el ojo en la mirilla. Se ven a lo lejos, ya se gustan. ¿Se gustan? Recalculando... Se encantan. ¡Boom! Explotan como pirotecnia en la ropa interior.

Ella se presenta: "Hola, soy Perra Sexy" - dice su nombre y alguna cuestión adecuada para una reunión laboral-. H ni siquiera la escucha. Ve cómo su boca articula algunas palabras, pero sólo puede pensar "¡Qué hija de puta!". Ya hay entre ellos demasiada tensión sexual como para no resolver el problema.

¿En verdad es un problema? Claro que no. Hablan de un asunto que a ninguno le importa. Ella se muerde el labio, él le roza la rodilla con su mano ancha y masculina, y (sin preguntar) encarga café. Lo beben sin prisa.

H hace un gesto con el brazo derecho para llamar al camarero. Luego del café se retira el tercero en discordia: un socio irrelevante y molesto, que no tiene nada que hacer ahí más que irse de una buena vez. ¿Un socio? - pensarán- Sí. Un sujeto cuya presencia en escena es decorativa y desatinada (motivo por el cual no fue introducido en el relato, aunque tal decisión viole las normas de la narrativa convencional).

H ordena dos vodkas. Los toman, se rien, hacen contacto visual, se miran los labios. Otro gesto al camarero:

- "Dos vodkas más" - sin consultas ni por favores.

- "Sí, señor".

El mismo coqueteo potenciado por los efectos del alcohol y el estómago vacío. Son las 12 del medio día. Se despiden. Saben que se van a coger muy fuerte.

Perra Sexy llega a su casa. Se desviste y enchufa el Iphone que se está quedando sin batería. Apenas tiene tiempo para darse un baño y almorzar, antes de volver al laburo. Todavía está un poco ebria. Entra a la ducha y enjabona su espléndido trasero, mientras piensa que el tipo del hotel aparecerá por la tarde. Si hay algo que esta bestia tiene es olfato con los machos.

Son casi las siete cuando recibe un nuevo mensaje de whatsapp:

- Hola. Voy a estar hasta el martes en Buenos Aires y no me quiero ir sin dártela, pedazo de hija de puta.

Ese no fue el verdadero mensaje. Pero no hace falta ser un exegeta para interpretar el texto - que a todas luces tiene ese significado -.
  
Se encuentran en el mismo hotel a las 9 pm. Ella no quiere atrapar la sortija. No quiere jugar. Fue a lo desconocido y a lo seguro, con el vestido más corto y escotado que encontró en su placard: una prenda minúscula que apenas cubre sus partes íntimas a falta de ropa interior. No pretende que él haga esfuerzos adicionales para quitársela. Después de todo, H no tiene que hacer algún mérito, excepto cumplir con el único requisito que le demanda el contrato implícito que firmaron: reducirla y hacerla estallar.    

H: - Señorita, quiero esa mesa.
Metre: - Está reservada, señor.

Hunter saca de su billetera un fajo de dólares. Diseney es magia; la mesa está disponible. Se sientan. 

H: - Señotita - a la camarera -, dos whiskys. ¿Qué vas a comer? - a ella -
PS: - Gracias. Ya cené.
H: - No. Algo tenés que comer.
PS: - Bueno. Lo que vos quieras.

Toman un par de bebidas y la conversación empieza a elevar el tono:

PS: - ¿Me querés coger?
H: - ¿A qué viniste, sino?

Hay pausas como sorbos y nervios como risas. La química es evidente, pero es más que una simple calentura lo que sucede: hay un componente erótico vinculado al poder y a la experiencia de la sumisión, que es más excitante y violenta cuando el sometido intenta revelarse.

PS: - Si podés, digo... Tenés la edad de mi viejo.
H: - Tu viejo nunca se imaginó que le iban a coger tan bien a la nena. 

Se abalanzan, se besan, se muerden, se tocan, se excitan en público como si no hubiera nadie en el salón o como si el hecho de ser mirados por la gente, los exitara todavía más.  

PS: - Vamos a un cuarto.

Si ella da un paso. Él, dos. 

H: - Terminá de comer.

H paga y deja una abultada propina sobre la mesa.

H: - ¿A dónde tenés el auto?
PS: - Lo dejé en un garage a tres cuadras.
H: - ¿Por? Se lo hubieras dejado al valet parking.
PS: - Sí. No me avivé.
H: - Despertate, bonita. La vida pasa rápido.

Están en la habitación 1208, una suite exquisita, pero no es suficiente. Hunter levanta el teléfono para comunicarse con la recepción:

- Hola, ¿quién habla?
- Buenas noches, señor. Habla Vanesa.
- Hola Vanesa, estoy en la 1208, pero quiero una suite con jacuzzi, ¿Cuáles tenés disponibles?
-  Con jacuzzi... 1508, 3356, 5895 y 1047, señor.
- Ok, Vanesa. Nos pasamos a la 1047 y te pido que me suban un Don Perigon.

Ella lo lee. El cambio de dormitorio es parte de una estrategia meta- discursiva: "Todos van a hacer lo que me canten las pelotas. Vos también". Un mensaje efectivo: el dinero es una de las caras más visibles del yugo y el poder tiene indiscutibles propiedades afrodisíacas.

H: - Quiero mirarte.

H se reclina sobre un chesterfield de cuero marrón. Se quita los zapatos, también de cuero marrón. Lo atrae la idea de verla desnuda durante un rato. Verla sentada, sin ropa, indefensa, al borde de la cama. Desea estar quieto, en silencio, mientras termina de beber el champagne con hielo en el vaso de trago largo que, cada tanto, hace bailotear con la mano derecha. Algo está elucubrando. El es la clase de persona que no detiene su actividad mental y a quien hay que temer cuando parece que su mente entra en reposo, porque en ese preciso instante está determinando cuál será el próximo paso. 

Perra Sexy se desviste. Tiene las tetas perfetas: los pezones rosados y la caída justa de las lolas operadas; las piernas firmes, el pelo lacio le cae con gracia hasta debajo de la cintura, sobre la espalda. Linda, pero sobre todo, muy sensual.   

H: - No comimos postre. ¿Te gusta el helado de crema con frutillas?
PS: - Sí.
H: - Entonces vas a comer helado de crema con frutillas.
PS: - ¿Y vos?
H: - No. Vos sos mi postre.

H vuelve a llamar a conserjería y pide que le traigan un kilo de helado con frutillas naturales. Un pedido exótico para una época del año en la cual conseguir frutillas en Buenos Aires es  una odisea.

Perra Sexy está recostada sobre la cama cuando ve que H deja ingresar al cuarto a un camarero. Al tipo se le van los ojos como si estuviera frente a una pantalla gigante con imágenes del carnaval de Brasil. Imposible no desviar la vista, aunque sea por reflejo. El espectáculo incomoda lo suficiente al mozo, que apoya la bandeja sobre una mesa y se dirige con la mirada hacia abajo, hasta llegar a la puerta. Antes de cerrarla, pregunta con voz tímida: "¿Necesita algo más, señor?". No tuvo respuesta. 

H se abalanza sobre Perra Sexy y le empieza a frotar el clítoris, al mismo tiempo que su la lengua frenética entra y sale de la cavidad bucal. Cuando ella alcanza el climax detiene el  movimiento de sus dedos por el cuerpo minúsculo, carnoso y eréctil de esa bomba con mirada de mujer.

H: - ¿Estás lista? 
PS: - Sí.

H se quita la ropa con elegancia, toma el pote de helado y las frutillas y embadurna el metro sesenta que ella tiene de carne. Después, toma las frutas con la boca y, de a una, se las deposita entre los labios, mientras que ella va masticándolas y tragándolas en una posición incómoda. Ella experimenta varias sensaciones de agrado y de displacer al mismo tiempo: la piel helada y el roce de la lengua haciéndole cosquillas al pasar sobre la entrepierna. La situación es extraña, pero no puede negar que es lo más fascinante que le pasó en sus revoltosos 30 años: "¡Una locura!, piensa".

Se miran. Se desafían. Él la toma fuerte del pelo que crece detrás de la nuca y sin preámbulos, la da vuelta y la penetra. Se cogen como perros - varias veces - y se muerden y se babean como perros; y gimien y sudan en un ambiente humedecido, donde cada movimiento es excitante, viscoso y reñido. Hunter dice muchas y muy tupidas palabras muy, pero muy sucias y la abofetea, con una fuerza calculada que puede infringir un dejo de dolor hasta que amanece. 

H: - ¿Qué vas a desayunar?
PS: - Nada. No desayuno.
H: - Algo vas a desayunar.

Desayunan café con leche y media lunas de manteca. Siguen desnudos. 

H: - ¿Necesitás plata?
PS: - Me estás faltanado el respeto, le dice con absoluta sorpresa.
H: - No, no. No lo tomes a mal. Pero pienso que podés necesitar plata. Sólo eso. Por favor no te ofendas.
PS: - OK. ¡Un poco fuerte tu comentario! - se rie nerviosa-. Solo por curiosidad, ¿qué día cumplís años?
H: - El 18 de diciembre.

Perra Sexy sonríe. 

H: - ¿Y vos?
PS: - El 18 de diciembre.
H: - ¿En serio? ¡Qué loco! Me quedo hasta el martes en Buenos Aires. Quiero que te quedes conmigo. Por favor. Te lo estoy pidiendo por favor y creeme que nunca pido favores. ¿Qué decís?
PS: - No puedo, tengo que laburar. 
H: - Cuando vuelvas de trabajar te podés quedar a dormir.
PS: - Hoy tengo el cumple de mi mejor amiga.
H: - Decile a tu amiga que estás con un tipo que te está cogiendo bárbaro y que no rompa las pelotas. ¡Ya sé!: le compramos un regalo muy costoso: una cartera o unos zapatos bien caros en el shopping de enfrente. Así compensás. Se lo llevás el martes, cuando me vaya.

Perra Sexy se volvió a reir.

PS: - Gracias, pero no.

Aquella mañana me llamó para confesarme que se había metido en la cama con un cincuentón atrevido y ricachón que la había seducido, sometido y humillado. Me contó que salió del hotel y caminó por la Recoleta vestida como una prostituta a media mañana de un jueves. Me comentó que las tres cuadras que caminó hasta el estacionamiento fueron larguísimas: que tuvo miedo de que la detuviera la policía, que las viejas paquetas de la zona la miraron con cara de asco y que casi provocó un accidente entre un colectivero y un ciclista que se distrajeron cuando ella, también distraída, cruzó la calle. 

Además, me dijo que era la primera vez que había ido a una cita con el claro propósito de ser subyugada y que H había cumplido a la perfección con su parte del trato implícito en el mensaje de whatsapp. 

- "¿Entendés? Fue así: ¡Puf - Puf - Puf! Te juro, demencial. Hubo fuegos artificiales" - Me explicó del otro lado del teléfono.

Esa noche, ella vino a mi cumpleaños. Antes de irse, me saludó y en un susurro: "Recién le mandé un texto. Vuelvo al hotel".