martes, 21 de mayo de 2019

Apenas

Apenas, 
Una de tus versiones 
conozco
¡Quién fuera Funes
para saberlas 
todas!

lunes, 20 de mayo de 2019

Diluvio

En el silencio de las horas
esta amarga ternura 
se condensa en palabras.
Entonces, ya no hay lamentos
sólo precipitaciones:
líneas, párrafos, chubascos.
Llueven historias en tu nombre. 

martes, 14 de mayo de 2019

Otra rima

Recuerdo esa tardecita:
por un instante te vi, 
y al verte, nada dijiste, 
pero creí escuchar "¡Sí!"

Las andanzas del Sr. Villari

-Jjjjjjjjjjj. Jjjjjjjj. Jjjjjjjjjjjjj
El Sr. Villari escupió la bola de pelos que tenía atorada en la garganta. La espetó sobre el sillón de terciopelo azul, en el cual se había afilado las uñas durante toda la mañana.
Ahora, que había llegado el medio día y el sol de mayo lo invitaba a pasear, cruzó su cuerpecito gris por entre medio de la reja de la ventana y salió a la calle.
El vecindario parecía igual que siempre: el mismo paisaje de techos bajos dando sombra a los mismos habitantes. Emanuel, el zapatero de enfrente, masticaba su sándwich diario de queso y cocido, mientras encolaba alguna que otra suela y hacía caso omiso al ladrido insoportable y agudo de Rufo (el salchicha malcriado que tenía de mascota).
Alejandra, la abogada de la esquina, sentada al otro lado del ventanal y debajo del letrero que decía “Estudio Jurídico”, discutía por teléfono con su ex marido por la cuota alimentaria: 
- Escúchame, querido, con la miseria que me pasás, tenés suerte de que no te haya iniciado una nueva demanda... Sí... Sí... Eeeeh, me importa un carajo lo de tu vieja y lo del taxi...
Sentada sobre la falda de la mujer, Sasha escuchaba la conversación. El Sr. Villari detestaba a esa gata persa glotona, chusma y con ínfulas de realeza. La odiaba, quizá, más que a la tetona de su dueña.
Sasha, también, lo denostaba. Después de todo, él no era más que un viejo callejero, un busca vidas con algo de suerte y un fanfarrón.
Los ojos grandes y fijos de los felinos se encontraron, como encandilados, durante dos o tres segundos. Los interrumpió el agua de la alcantarilla que salpicó la vereda, tras el paso de un auto.
El Sr. Villari, empapado, irguió su espalda y cruzó hacia la rotisería de enfrente. 
- ¡Volá de acá, gato pulgoso!
Lo increpó una malhumorada de cofia blanca, empuñando un escobillón - con una mano- y sacudiéndose la harina del delantal - con la otra- . “¿A dónde estaba Julio, el muchacho que le hervía los menudos de pollo y se los tiraba, tan amablemente, en el rincón del patio?”.
Rajó. Pasó tan rápido que el rothwailer que venía a mitad de cuadra no llegó siquiera a ver a qué árbol se había trepado. Luego, dio un salto de distancia calculada y cayó firme sobre el techo de la farmacia.
Nuevos inconvenientes: Héctor, el bóxer atigrado y baboso de Gustavo él farmacéutico, lo amenazaba en ese cuadrilátero de la muerte. Las patas delanteras abiertas y clavadas sobre las baldosas rojas, la mandíbula en estado de frenesí, el rabo quieto.
El Sr. Villari se apresuró. Corrió hacia la bestia de mil dientes y ¡Zaz! Izquierda, derecha, izquierda. Un zarpazo tras otro, en una hazaña de valía incalculable, y huyó.
A salvo, sobre la acera, se ocultó dentro de un contenedor de basura y respiró. 
- ¡Puaj!
El olor era nauseabundo. Un brinco afuera y la gloria: una cucaracha voladora gorda y negra como una alpargata, caminaba histérica por el asfalto.
La caza fue instantánea. El insecto quedó atrapado entre las garras y los colmillos del Sr. Villari. Las seis patas agónicas, se movieron por unos instantes con torpeza y ¡Glug!. Adiós al aceitoso y crujiente invertebrado. El Sr. Villari se relamió satisfecho (por el pequeño trofeo otorgado a sí mismo), se sacudió el pedazo de ala marrón oscura semi rojiza, que le había quedado entre los bigotes, y volvió a casa.
Miriam, su dueña, estaría de regreso pronto y debía continuar con el plan: huelga de hambre, reclutamiento y fingidos cólicos sobre el sofá. Estaba dispuesto a ir a la veterinaria. Incluso, a someterse a tratamientos - inyecciones y pastillas- , lo que fuera necesario para llevar a término su objetivo: suspender ese alimento balanceado con gusto a cartón rancio y que lo convidaran, ¡Por fin, con una latita de atún!.