lunes, 27 de julio de 2020

Historias de mar

Dijo que vio una enorme serpiente salir de las profundidades y dar un giro sobre la embarcación hasta volver a sumergirse y desaparecer. Dijo que estaban mar adentro, a unas 70 millas del puerto y que esa noche se desató un fuerte temporal, que el viento hizo serpentear el barco como una cáscara de nuez entre olas de diez o quince metros y que vió cómo los relámpagos iluminaron de violeta todo el océano. Dijo que estaba con otros siete tripulantes, pero que estaba solo en la proa, sacando con un tacho el agua que caía a balazos en la cubierta, cuando escuchó el gemido de la bestia que gritó y que vio su lomo oscuro y escamado saltar formando un arco por encima de su cabeza, y que sintió la furia del coletazo que el monstruo dio a la nave, antes de zambullir su cuerpo otra vez.
Dijo que tuvo miedo y le creí.
Faltaba un día para las Pascuas y los Sábados de Gloria están permitidos los festejos, así que ese sábado estábamos comiendo un asado en casa de Mario,  cuando el tipo contó eso.
El hombre se llamaba Roberto y era capitán de un buque pesquero. No sé hace cuánto estaría en la ciudad o amigo de quién sería. Viví acá toda la vida y en "pueblo chico" todos nos conocemos las caras. Y esa cara, la de Roberto, no la conocía. Recuerdo que tenía una expresión poco común en la mirada, algo que me pareció bastante hostil.  
Cuando terminó de hablar se hizo un silencio, de esos de los que cuesta salir porque uno se va a otra dimensión y queda como en un limbo, hasta que alguien vuelve y continúa a la charla.

- ¡Andá! Son historias de pescador - vociferó uno. Y hubo risas.
- Yo te creo, Roberto. Que las hay, las hay. Criaturas o lo que sea, porque haber, hay. En Necochea y en todas partes. – Así, empezó Laura su relato. Y siguió:
- Hace unos veinte años estaba con mi amiga, la María, la que vivía a la vuelta, la que era mi vecina, y serían como las diez de la noche. Íbamos a ir a un asalto por el cumpleaños de un compañero de la escuela, pero nos dio fiaca y en vez de encarar para el lado de la casa a dónde vivía el chico, nos pusimos a caminar y sin darnos cuenta terminamos en la playa. Hicimos unos dos kilómetros por la orilla, hasta que nos sentamos al borde de la escollera.
Estaba oscuro y era una noche hermosa de verano, en los primeros días de diciembre, cuando los turistas todavía no llegan y nosotros podemos disfrutar de nuestra playa.
Estábamos sentadas al borde de una roca, con el sonido de fondo de las olas que reventaban contra las piedras y nos salpicaban con la espuma, y ella recitaba un poema que le había escrito al novio cuando grité:
- ¡Raja! ¡Levántate y rajá!
Corrimos tan rápido que no nos dieron las patas del susto, hasta que llegamos a la intersección con la 59.
- ¿Qué viste?
- Lo mismo que vos. - No pude decir más.
Nos detuvimos al llegar a la plaza del centro, frente a una confitería que estaba abierta.
- ¿Qué viste?
- Una sombra, un alma, un espectro, no sé. No sé qué mierda ví.
Entramos al café, compramos una botella de agua y le pedimos al muchacho de la caja que nos prestara una birome.
- Por favor, dibujalo. - le pedí-
Agarró una servilleta de papel de la mesa e hizo el retrato. Fue tal cual. Lo que habíamos visto era la figura de una mujer, una sombra más negra y más oscura que la noche, una silueta de cuatro o cinco metros de altura, erguida sobre las aguas, levitando, con el pelo largo hasta la cintura y un vestido como de tules harapientos formados por una bruma espesa y abominable.
Unos cuatro meses después, merendábamos en lo de la María y su abuela, la doña Gloria, que siempre tenía el tele encendido en la cocina, nos chista para escuchar las noticias: un guardavidas de Claromecó en Canal 11, que decía que había visto un ánima maligna surgir de la nada y elevarse sobre el mar.

- Era tu suegra, Lau - bromeó Pico, con la boca a medio llenar.
Yo lancé una carcajada que me atraganté con la gaseosa, porque a la suegra de la Laurita le falta la escoba, nomás.
Y después me puse seria porque era grave el asunto:
- Ustedes joden y algunos deben pensar que son mitos, fantasías. No todos, porque algunos tienen respeto. Yo vi el mal con mis propios ojos y lo que ví fue la maldad.
Todos saben que yo trabajo en Necomar hace un montón de años, al menos 15 serán. Frente a la esquina de la 159, al lado de la casa de náutica Don Julio, vivía un tipo: el Gitano.
De vez en cuando, se cruzaba a comprar a la pescadería y ninguna de las dos empleadas, ni Paula - la otra chica- ni yo, lo quería atender porque nos daba la sensación de que el tipo era raro, de que vibraba bajo. Tenía una onda que cuando se cruzaba se te ponía la piel de gallina.
Una mañana de julio, a eso de las 8, estaba abriendo la pescadería. Hacía un frío y había una niebla... Bue, en eso, mientras enciendo las luces oigo un tole tole bárbaro en la vereda: era el Gitano que discutía con uno de sus vecinos en la puerta de su casa.
- ¡Ojalá que te mates en la esquina y te hagas bosta!- lo escuché bien clarito.
Nomás, que el vecino (no me acuerdo ahora el nombre) cruza la esquina, la de la 159 y la 96, y lo atropella un camión que venía de Mar del Plata. Se lo lleva puesto. El chofer nunca lo vio. ¿Pueden creer? Los restos del tipo quedaron desparramados por la avenida hasta las tres o cuatro de la tarde. Vos Mario, ¿te acordás?
Del Gitano se decía que era brujo, que hacía gualichos, que iba a la playa de noche y hacía rituales malignos con animales, siempre había un chisme.
La cuestión es que había pasado un tiempo luego del accidente y el Gitano comenzó a ir más seguido a la pescadería, con la excusa de que el médico le había recomendado que comiera más Omega 3 por su artritis. El Gitano tendría unos 73 o 75 años, en ese momento. La cosa es que empezó a ir más seguido a la pescadería y nos fuimos convenciendo de que era un pobre jubilado del que se hablaba por hablar.
Será que uno se acostumbra a todo porque el hombre nos empezó a caer bien. Incluso, una tarde mi compañera le convidó unos mates con criollitos y se quedó charlando con nosotras hasta que cerramos.
Ella le contó que estaba embarazada de cuatro meses, que esperaban a una nena, que le iban a poner Camila, que pronto iba a entrar de licencia.
Al día siguiente, el Gitano cayó a la pescadería con unos escarpines blancos de regalo.
Sentí un chucho, un erizo, te juro:
- Ni se te ocurra, Paula. Prendelos fuego. ¿Me escuchás? – le advertí.
No sé si ella sintió lo mismo o me hizo caso por esa aprensión que tienen las embarazadas, o por instinto. No sé. Fuimos a la cocinita que estaba al fondo. Les tiramos medio frasco de alcohol. Luego encendimos un fósforo y vimos cómo los escarpines blancos ardieron sobre la mesada. No se quemaron.

Siempre que estamos en vísperas de las Pascuas, me acuerdo de lo que dijo el tal Roberto ese día en el asado:
Dijo que por las noches escuchaba los gemidos de la serpiente marina y que la bestia se alimenta de los restos de animales que los hombres dejan en la costa cuando invocan al Maligno, y que el demonio se presenta a las almas que lo adoran y que adopta la forma de una mujer.




lunes, 20 de julio de 2020

Amistad

El hábito de la risa 
La pegatina en el álbum de fotos:
Toda la colección de fracasos
La libertad de decir y de decirnos 
Esto somos
Quiero escucharte
Te abrazo, siempre.

lunes, 6 de julio de 2020

La paraguaya


Yo trabajo de empleada en casa de una señora. Le cocino. Le hago mis tartas, mis sopas, mis guisos de verdura y de carne, o de gallina. A ella le encanta como le preparo porque dice que mi comida tiene gustito. Pero no uso sal porque la señora es una señora mayor ya, y no puede por la presión. A veces, también le hago mi sopa paraguaya, que ella me pide cuando va la hija.
La hija de la señora va de vez en cuando. No tan seguido. No sé si se lleva bien con la señora, pero yo no me meto. Nunca le digo nada porque no la quiero amargar. Y yo me doy cuenta de que cuando habla con la hija, se amarga, la señora ¿viste?
Más o menos, trabajo con ella hace 10 años. Al principio limpiaba. Después empecé a cocinar, cuando la otra empleada que tenía se fue. Para mi suerte porque era una asquerosa. También paraguaya, pero de Asunción. Le andaba con cuentos a la señora de que yo llegaba tarde y eran mentiras. La señora vive acá, en el country que está del otro lado de la autopista, a unas cuadras. Por eso siempre voy caminando y nunca llego tarde. Además, me gusta caminar. Yo soy del campo, como mi marido.
¿Así está bien la hebilla? ¿O preferís más levantadito hacia un costado tu pelo? Empecé a trabajar donde la señora después de que nació Lourdes, y Lourdes tomó la comunión el año pasado, así que más o menos eso. Mirá tengo la foto de Lourdes en mi celular. Acá está en la escuela. Va a Nuestra Señora de las Lágrimas, que es una escuela privada, de acá cerquita nomás, la que está enfrente de la parroquia. En cambio, Elías, mi hijo mayor, no. Él tuvo que ir a la escuela pública porque antes no podíamos pagar la privada. Pero ahora que quedó Lourdes solo en la casa, sí. Así que este año la anotamos en la privada. Mirá qué belleza que es su uniforme.  
Elías es el orgullo de la familia. A mi marido se le cae la baba por el hijo. Imaginate que lo llamaron para jugar y lo seleccionaron entre varios. Cuando me contó no quería saber nada, pero el papá me insistió: que el Elías es bueno, que tiene su futuro jugando. Y le hice caso. Yo le rezo a la Virgen para que lo cuide siempre y me parece que la Virgen me escucha porque el otro día metió un golazo que casi me muero.
Fijate si está bien. Te está quedando hermoso. ¿Es un casamiento de una amiga me dijiste? ¡Debe ser elegante tu vestido!, ¿no? Yo te veo que andás con tus polleritas y tus zapatitos que te combinan por el barrio y le digo a Lourdes que se nota que tenés buen gusto, que tenés ojo. Además, tenés rasgos refinados, vos.
Y bueno, yo amo la peluquería, pero no puedo atender en la semana porque mi marido quedó sin trabajo y me conviene seguir en donde lo de la señora, porque estoy en blanco y me paga bien. Mi marido arregla cosas, pinta, sabe construir. Él le cambió la ventana a la pieza, le puso la puerta al frente, colocó el espejo y las cañerías para el lavatorio, con la ayuda de Elías, antes de que se fuera a Jujuy. Y ahora está buscando, asíque si te enterás de algo…
El peinado así sujetado te va a quedar precioso. Después, te pongo spray y te rocío bien para que no se muevan las hebillas, si vos querés. 
¿Que qué hacía mi marido? Trabajaba en la ferretería que estaba al lado de la farmacia. La que cerró. Apenas llegamos del Paraguay consiguió por recomendación de un vecino. Puff, como veinte años que pasó con el mismo trabajo. Y hace unos meses el dueño, pobrecito Don Mario, ¡Que descanse con el Señor!, murió. Los hijos no quisieron seguir con la ferretería y con lo que lo indemnizaron a mi marido pusimos la pelu, justo antes de que Elías se fuera a Jujuy. Y ahí estudié. Hice un curso de cuatro meses: aprendí a teñir, a peinar, a cortar. A cortar todavía mucho no me animo. A veces le recorto un poco el pelo a la señora, para mantenerle el largo. Por ahora a eso me animo. ¡Ya me voy a animar más!
Jugando le digo a la Lourdes que le voy a teñir su cabello, pero ella no quiere, y se enoja. Yo me río.  Abro los sábados, sí. En la semana termino muy cansada y no tengo el permiso de la municipalidad para abrir, ¿viste? Ahí te pongo el rociador. Y en este pelito para que quede bien fijo. Listo. ¿Cómo te ves? A mí me parece que estás hermosa.

viernes, 26 de junio de 2020

Sórdida rémora

Podrá el sórdido anhelo succionar el musgo 
Desplazarse como una rémora.
Oír el crujido de la aurora 
Y la cadencia de las hojas 
Al inclinarse el otoño.

martes, 2 de junio de 2020

Tu nombre, una mueca

Los textos que con lágrimas se escriben
Son rosas que se siembran en la noche
Que en versos florecen al rostro
Que en muecas el tiempo recoge. 

En cada palabra te he dado
El juramento de no olvidarte
En mi promesa va tu nombre
En cada línea, en cada trazo.

domingo, 24 de mayo de 2020

La nena frente al espejo

Pobrecita, pobre chiquita frente al espejo. Seguí acariciándote despacio la cabecita, pero no llores. 
El gato de la vecina no vino a visitarte. Hace días que no aparece. Lo extrañás, sí. Pero vos sos grande y tenés que ser fuerte, ¡Ya tenés 7! No, no llores. Tu mamá te dijo que nadie valía una lágrima tuya, ¿te acordás? Cuando el gato mire esta noche a la luna, seguro que también va a pensar en vos. 
Pobrecita, la nena. Tu mamá también está triste. Se le nota, pero cuando le preguntás qué le pasa cambia de tema, pero te das cuenta. Se hace la que no le pasa nada, sonríe y te habla del gato: y que si sabés cómo se llama, y que qué lindas que son las manchitas blancas que tiene en la trompa, y que qué pasará que hace rato que no lo ve, y que si le dejaste comidita en la ventana. Por eso, llorás en el baño, solita, para que nadie te vea; porque el gato se fue, te abandonó. ¡Qué tu mamá no se entere que estás así por ese gato de porquería! 
Cuando papá toque el timbre el domingo, cuando papá venga a buscarte (ojalá que esta vez cumpla y no prefiera quedarse con esa tetona de dientes horribles), podés pedirle que te regale un gato.

lunes, 13 de abril de 2020

Caja de música


Hay algo de tristeza en estar lejos
Como un Te amo, pero...

Recuerdo aquella luna 
En la quietud de la noche
Y tu sonrisa en la distancia 
Incierta.

Hay algo de nostalgia en estos días,
Soledades antiguas y nuevas.

Quizá, mañana pueda verte
Encontrarte, tal vez, mañana
Para que arregles con tu música
Mi fábrica de sueños.

jueves, 19 de marzo de 2020

Algún recuerdo

Ya no sé, porteño mío, hermoso mío,

Qué primaveras o qué flores.

Sólo recuerdo que fue en septiembre,

Y caminamos por una plaza,

En donde nunca nos besamos.


Yo no sé, desvelo mío, varón mío, 

Cuántos inviernos o cuántas penas. 

Sólo, que dije adiós - y alguna estupidez -

Porque tenías miedo y prisa, 

Y nos quedamos abrazados 

Girando, como en un tango. 

miércoles, 18 de marzo de 2020

#Poesía

Quizá deba cambiar el viejo hábito de escribir
Por otro menos ambiguo
Como amasar, por ejemplo.
Porque una receta es (siempre y ante todo) práctica y precisa.
No hay equívocos posibles
Por más que se lo quiera. 
En cambio, guardo nostalgias de seis letras
Y otras maravillas 
En un índice incierto.