sábado, 15 de octubre de 2016

Nostalgia

Yo conozco esa sutileza
Que hay en tu mirada
Y sé que hay emociones
Difíciles de explicar.
Pero no es amor, amor,
Lo que te aqueja, 
Es la nostalgia que deja
Saber que se ha ido
Y lo has dejado pasar.

Clase de historia

No conocí a nadie interesante. Llegué tarde y me senté en un auditorio repleto de estudiantes. Me empapé. El frío era desagradable. Ninguna escena romántica prevista en el programa. Como dije, el clima era fastidioso y las callecitas de Monserrat estaban repletas de gente que se empujaba, alocada, para conseguir un espacio ventajoso en las veredas angostas y plagadas de paraguas. Tampoco pasé desapercibida, porque la conferencia había empezado hacía unos 20 minutos y los expositores - que estaban de frente al ingreso del salón- pudieron ver - desde una posición privilegiada- mi torpe y tardío arribo. 
Intenté con esmero sentarme en alguna butaca libre que estuviera más o menos cerca. No tuve éxito. Los espacios vacíos eran escasos, por lo que pedí "permiso" varias veces hasta desplomarme, con bártulos empapados y todo, en un asiento -que por fin- encontré disponible. Taché el ítem "entrar con disimulo" de mi block de notas. 
Ahí estaba yo: la grupie, la fan, la follower con cuaderno en mano dispuesta a anotar - a pié juntillas- el palabrerío de un orador, a quien desconocía y sin comprender porqué había acudido a esa charla. 
La conferencia parecía interesante, pero mi nivel de concentración era equiparable a la de una ameba: 
- ¡Está gordo! Es mejor si no levanto la vista así no hago contacto visual. Debo tener el pelo hecho un desastre. Ay, amiga, si estuvieras acá estaríamos riéndonos a carcajadas. Yo hubiera dicho alguna estupidez y vos hubieses largado una risotada violenta y bochornosa, que hubiera terminado con las dos afuera del aula y -por supuesto- con otra anécdota memorable para sumar a nuestro listado de historias "épicas". 
En vos se fueron varios pensamientos. Escribí tu nombre en mi cuaderno y una frase acerca de tus ojos, que apenas recuerdo.
Terminó la disertación y me acerqué a saludar:
- Hola. Muy buena la exposición. Felicitaciones - Fue un momento incómodo, de esos en los que uno miente con descaro y acaba por confirmar la sospecha de que está de más.
- Si querés, te espero y vamos a tomar un café-. 
Todavía estaba mojada y friolenta. Era de noche y quería que alguien me acompañara al auto.
Su respuesta fue la clásica respuesta de un clásico idiota:
- Tengo que ir a casa volando. 
Entonces, pensé: "Manejé más de 60 kilómetros en una tarde de lluvia torrencial y en tiempo récord, para ir a un simposio, del que me enteré a último momento - por que el Sr. Agenda Completa con papas y gaseosa se olvidó de avisarme con antelación-, ¿y no podés acompañarme a tomar un café?" 
Había una cuestión de asimetría en la relación y el desequilibrio era todo mío. 
Lo saludé. Me fui indignada, pero con un tipo particular de indignación: la que es provocada por la indiferencia. 
Tardé más de media hora en encontrar el bendito garage. Proliferé una catarata de insultos, me empapé (más) y gasté un dineral en el ticket de estacionamiento. Mientras manejaba de vuelta a casa, cansada y con miedo - por que la autopista era el Río de La Plata-, pensé: "Puede que nunca más vuelva a enamorarme como me enamoré de ése hombre. Pero el hombre del que me enamoré ya no existe".

lunes, 5 de septiembre de 2016

El hilo invisible

Cuando al alba 
el aire se condensa 
y la luz que lo atraviesa 
se expande y gime, 
dime, ¿es que el hilo
que nos une 
se contrae y se tensa?

martes, 16 de agosto de 2016

Llora

Llora, si de algo sirve,
Vestir la ira de llanto
Que el canto de la lira
Llegará con otra aurora.
Enjuaga el enojo, ahora,
Y deja que la espiga
Sea miga a su hora.
Y si de algo, sirve
Entonces, llora.

lunes, 8 de agosto de 2016

El Pacato

"Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde".
Antonio Machado.

El Pacato llegó a su oficina y buscó el significado de la palabra "pacato" en la edición online del diccionario de la Real Academia Española. Sabe a la perfección lo que significa el término, pero quiso asegurarse de que no hubiera alguna acepción de la que no estuviera al tanto. Es el tipo de persona que cuida el lenguaje más que a su santa madre; y que, con seguridad, preferiría padecer las siete plagas de Egipto antes que incurrir en un indebido uso idiomático. 
¿Apego a la regla? Un poco. Otro tanto, compulsión. El Pacato es un maestro de la retórica, y como todo hombre - ducho en el arte discursivo- tiene en muy alta estima las normas de la lengua. Lectura subyacente: la arraigada convicción de que las palabras son artilugios en la construcción del poder. De un grafema mal empleado puede resultar un escándalo mediático, un colapso del mercado, la pérdida de un empleo o, peor aún, un indecoroso enredo sentimental. 

Así es que, después de aquel almuerzo, volvió a la empresa en la que trabaja, y antes de continuar con su estratégico plan para manipular la reputación de su ajetreada clientela, se sentó frente al monitor y leyó:  

"Pacato:
1. De condición excesivamente pacífica, tranquila y moderada.
2. De poco valor, insignificante.
3. Mojigato, que tiene o manifiesta excesivos escrúpulos".

El primer significado le hubiera agradado, de no ser porque - para ser honesto consigo mismo-, su "condición pacífica, tranquila y moderada" es un blef: una seguidilla de casi cuarenta años de intentonas para no perder la compostura, con resultados exitosos en lo que importa: las apariencias. Lo descartó. Lo cierto, es que el Pacato tiene muy mal genio  y su temperamento es como un racimo de bombas enquistadas en el terreno enemigo de las emociones. Frente a un traspié producen una explosión seriada y mortal.   
Leyó la segunda oración: "De poco valor, insignificante". Sin dudas, ella no había hecho esa asociación: era demasiado débil, romántica y bobalicona, y en todos esos años había acrecentado el apego malsano que sentía hacia él. "Maniática. Trastornada. Obsesiva", pensó. Continuó leyendo: "Que tiene o manifiesta excesivos escrúpulos", rumió. Esa zorra, pueril y retorcida, lo tenía como a un burro detrás de una zanahoria. "¡Pacato!", se había atrevido a decirle... "¡Pacato!" Con excesiva socarronería, se había mofado de él en sus narices. 
Es verdad: estaba indignado, pero tranquilo como quien gana una vieja partida. ¿Por qué? Se sentía a gusto con su vida, tal como era. No pensaba malgastar ni media caloría de su dieta de placeres light para condimentar esa ensalada. Al fin y al cabo, ni siquiera sabía si iba a degustar esa extraña mezcla de vegetales que ofrecía el menú. Otra virtud del Pacato: no es un apostador. Es, ante todo, un hábil croupier. "Punto, Ganó la banca". 
La personalidad del Pacato es compleja. Así que, para ayudarnos a comprender, empezaremos por desentrañar la maraña semántica del tercer sentido del término: "Mojigato, que tiene o manifiesta excesivos escrúpulos". Hay una diferencia notoria entre "tener" y "manifestar", porque quien observa con severidad los preceptos morales, no siempre lo demuestra. Y, hay quienes, faltos de disciplina, pregonan en público valores que carecen o reafirman de acuerdo a intereses circunstanciales. Éstos últimos, conforman la peor clase dentro del universo de los "pacatos": uno no sabe la calaña de gente de la que se trata, hasta que se la trata.
El Pacato se hizo de algunos trofeos de guerra que le agregan un poco de "pimienta" a su insípida expresión de "Mr. Always Right". Es un tipo criado en una familia conflictiva y pobre de Avellaneda, que se costeó sus estudios a pulmón en la universidad pública, consiguió buenos empleos, viajó por países exóticos, tuvo aventuras amorosas - y se cansó de tenerlas-, consiguió una mujer bella y decente con la que se casó, y con quien formó una hermosa familia. Ese mérito no se revela en su rostro, siempre adusto.
Ante todo deben saber que el Pacato no es un sujeto bien parecido. No es el clásico galán de los años ´20 y, por más de que su gigantesco ego le diga lo contrario, las mujeres no se dan vuelta para mirarlo ni se arriman para pedirle autógrafos. Más bien, es un tipo común, sencillo, de rasgos marmóreos: tes blanca, cejas oscuras como ramas hojosas que sobresalen delante de unos almendrados ojos, también oscuros. Es algo corpulento y tiene una frondosa y sensual cabellera, adentrada en canas. 
Como dije, no podría describirlo como un hombre buen mozo, y para el caso, era necesario que no lo fuera; ya que, de lo contrario, no habría desarrollado las singulares gracias que tiene en sus ademanes. La caballerosidad es una de las virtudes que le interesa cultivar. Y, a todas luces, se esfuerza en es esa materia, y no como una cuestión de forma. En eso va al meollo y está dispuesto a perfeccionarse. 
Lo que no sabe es que cualquiera de sus bondades se opaca frente a lo que provoca la serena yema del impávido índice que se extiende de su impertérrita mano derecha. No es su aspecto, su agudeza o su juicio temerario - ¡Vade retro!- lo que lo vuelve interesante. Nada de eso. Su mayor cualidad radica en una destreza innata, que consiste en apretar un simple botón: "Eject". ¡Boom! No le tiembla el pulso si tiene que lanzar un misil sobre un blanco compuesto por una población de niños africanos con hambruna o de ancianos en rehabilitación.   
Hasta aquí, una sucinta descripción del personaje central de esta historia.
La cuestión es que el Pacato y la Idiota (ella era una idiota, una soberana idiota, una Idiota con mayúscula) habían decidido que, después de una serie de infortunios - que comenzaron cuando se conocieron- debían tener una charla "honesta" y sin ningún otro propósito que sincerarse. ¿Sincerarse? No. Sin embargo, fueron.
Se encontraron en un restaurante del microcentro a la 1 pm. "Voy de azul", le había dicho él. La Idiota no tenía la más remota idea de cómo se vestiría.
Así, comenzó esa mañana. Apenas tuvo un momento de tranquilidad, contempló las pocas opciones que le ofrecía su placard. No quería estar sexy. No debía. Pensó que un atuendo informal era lo adecuado: un jean y una camisa floreada, estilo catequista. "Excelente". Parecía una nodriza de postguerra. Era el look más apropiado para la ocasión. 
Se saludaron. Ella lo vio de una manera distinta. Lo miró como quien ve a un extraño. Se conocían, se habían visto en reiteradas oportunidades. Y sin embargo, hubo algo diferente: una cuenta mal hecha, una versión que no cuadraba. Ese no era el Pacato. "¿Podrían devolverlo, por favor? ¿ Podrían traer al original?", consideró. 

- En este momento, te parecés más a la persona que eras cuando nos conocimos - Dijo.

- Debe ser porque estoy gordo - Bromeó, él.

No fue por eso. 


- No sé quién sos - le explicó -. Tengo ese problema. Te conozco desde hace mucho tiempo. Tengo almacenados un millón de datos tuyos en la memoria. Sé qué día cumplís, que te gustan las avellanas, que te encanta el frío y un millón de estupideces más - la lista es larga -. Pero no sé quién sos. 


Hablaron de cuestiones triviales, de gustos, de preferencias. Conversaron sobre todo del pasado, muy poco del presente y empalagaron el momento con varias cursilerías. Fue grato, ameno, y sobre todo, tibio. Simbad había atado las amarras debido al mal pronóstico. Hubo paro bancario: Bonnie y Clyde se quedaron horneando galletas o quién sabe qué hicieron esa tarde los villanos, que no acudieron a la cita. La montaña rusa se averió y cerraron el parque de diversiones. No hubo aventuras, ni carcajadas, ni heridos, ni fuegos artificiales. Quizá, no los habría. Lo que sí hubo fue un gran sentimiento de liberación. 


¿Se había liberado de él, o mejor dicho, de la ridícula obsesión que sentía por él? No. ¿De qué, entonces? Del miedo. 


El miedo: ese gigantesco pie en el freno que le impidió avanzar en la dirección ¿equivocada? El asunto de un posible affair con el Pacato la trastornó desde la tercera vez que compartieron un café. Entonces, percibió que un movimiento sísmico había movido el piso de la inmensa estructura sobre la que había edificado su rígido e inamovible sistema de creencias. Estamos hablando de una Idiota (en esa época aún era una Idiota en potencia) llena de pruritos, prejuicios y esquemas de valores absolutos. "Esto está bien"; "Aquello está mal"; "Esto es correcto"; "Lo otro es inmoral". Así fueron sus primeros 21 años: una concatenación de elucubraciones para poner a salvo su pellejo. ¿De qué? De sí misma.

Hasta que sucedió el terremoto. Por esos días, se encontraron en un bar por un tema laboral que concluía. El tipo cayó con una elegante caja de bombones de una costosa y tradicional chocolatería. Era hermosa e inconveniente. Tanto, que ella hubiera preferido llegar a casa con 10 kilos de cocaína en la cartera. ¡Sí!, con sumo deleite hubiera saludado a la horda de parentela con la que convivía: "Hola. Me encontré con un dealer. Me dio un paquete de merca y lo tengo en el bolso". Nadie hubiera creído tremenda hazaña. No hubiera corrido riesgos. Hubiera estado segura. 
No fue lo que pasó. Llegó con el obsequio. Había considerado deshacerse de él durante el trayecto, pero le dio pena y creyó que sería muy inapropiado. "Una cortesía", dijo al entrar. Fue bastante incómodo porque nadie abrió la boca, aunque todos se dieron cuenta de que le había atribuido al objeto una carga afectiva. Como todas las Idiotas, no sabe mentir.

Volvamos al tema del miedo. Para ser precisos, nos ayudaremos con su definición: 


1. "Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

2. Recelo o aprensión que alguien tiene de que suceda algo contrario a lo que desea".

¿Qué la perturbaba? ¿Qué la angustiaba? ¿Se trataba de un riesgo concreto o del temor a un daño ficticio producto de su poderosa imaginación? Todas esas preguntas fueron objeto de intensas sesiones de terapia, convertidas en operas italianas y en divertidos números de stand up, por un módico precio. 

La conclusión respecto de los dos primeros interrogantes era obvia: la perturbaba ingresar en la esfera de lo indebido. Eso le generaba incertidumbre, lo que a la vez, le provocaba ansiedad. Todo resultaba en una visible angustia. Un delicioso combo, agrandado por una porción extra de neurosis, producida por un inútil sentimiento de culpa. 
Hasta acá, matemática para principiantes. Bien, ¿en qué medida se trataba de un riesgo real? ¿Cuánto había de ficción en esas preocupaciones? ¿Qué probabilidades tenía de involucrarse con el sujeto? No podía aseverarlo. De cualquier modo, racionalizar el tapujo surtía el efecto de un dardo tranquilizador. El ejercicio terapeútico era una benéfica dosis de paz mental, que perdía las propiedades cuando entraba en contacto con el Pacato. ¿Por qué?... Tardó varios años en hallar la respuesta. 
De lo que tenía certeza era de que podía vivir, sin sobresaltos, en un submundillo de contradicciones irreconciliables. Sin duda, había aprendido desde niña a amar y a repeler, y a temer y a desear algo con igual fuerza. La circunstancia era un subrepticio modo de manifestación de su inconsciente. Empezaba a despejar ecuaciones y a desestimar la responsabilidad que le tocaba al Pacato. Comenzaba a desandar el laberinto. Pero es pronto para hablar sobre eso. Todavía faltaban varios pasos para que la Idiota pudiera llegar a la salida. 
Se fue del restaurante, en donde almorzaron juntos por última vez y, fiel a su vocación, se regodeó de todas las idioteces que había dicho y hecho hacía un par de horas. Incluso, se regocijó del percance que ocasionó la manga de la camisa:

I: - ¿Me ayudás a prenderme los botones? - Le pidió al extender el brazo izquierdo. 

P: - Decí que hay gente y hay una mesa de por medio - Arremetió.  

¡Wow. Wow. Wow! ¡Detengan el mundo! ¿Había escuchado bien? ¿El Pacato había perdido la compostura? Por una milésima de segundo, sí. 


- Si yo quiero... - Lo desafió. Quiso saber hasta dónde estaba dispuesto a insistir.  Buscó el límite, algo como "Suficiente, chiquita. Si querés y si no, también. ¿Qué tanto berrinche?". El diálogo siguió así: 


- Sí, claro. Si vos querés - Asintió. El roce de la piel de esa mujer lo enardeció. Sin embargo, él era antes que nada un dandy y no iba a avalanzarse sobre una Idiota, que lo conminaba a deslucirse en público y hacer desalineados espectáculos callejeros. "Papelones, no", pensó.  


"¡Por Dios!" - rezongó - la Idiota. ¿Acaso el Pacato nunca iba a doblegar su voluntad? Como sea, estaba ilusionada. Se le notaba en el andar, más liviano que de costumbre; en el tono de la voz, que adquiere un color más claro y apasionado cuando está contenta; y, en la sonrisa, que le aflora cuando rememora o premedita una picardía. Así, continuó hasta que se acostó a dormir. Y durmió plácida y se despertó con exacta placidez. 

Había transitado en ese estado de éxtasis muchas veces, hacía un considerable tiempo. ¿Cuándo? Antes. Hacía más de año y medio de esa fecha. Antes, era cuando sentía un cariño honesto y profundo hacia el Pacato; antes de que el susodicho levantara la Cortina de Hierro e implementara la estrategia de bloqueo; antes de conocerlo, de desconocerlo y de no entenderlo. "Muere si lo dejás morir", le había advertido en otro contexto. Y sin embargo, ahí estaban: inaugurando tertulias. 
¿Ubicación temporal? Denominaremos a esta época "Después" (un año antes del último encuentro). ¿El motivo? "El tema del trabajo es como una relación amorosa. Uno se siente mejor cuando toma la decisión. Muere si lo dejás morir", había sido la frase completa con la que se despachó esa tarde, el Pacato. 
No lo culpo: estaba cansado, había salido de su empleo para lidiar con una Idiota colapsada y con los nervios de punta. La reunión fue en otro bar, cerca de la madriguera en la que la Idiota no trabajaba, porque no tenía nadie que le dijera qué hacer y porque no había comprendido lo que implicaba ser proactivo a nivel laboral. 
Se había quedado atorada en una posición cómoda: a la espera de que el profesor le dictara la tarea o le devolviera una "amonestación" en el cuaderno de comunicados. Y, ahí estaba, de nuevo con el Pacato, a quien le había tocado oficiar la infortunada tarea de preceptor de una ingrata, con comportamientos adolescentes. 
Había acudido porque "correspondía", o eso creyeron. La verdad es que él no le adeudaba. Al revés: desde el saludo inicial, desde el primer "Hola", la Idiota se había tomado el atrevimiento de demandarle, con suma desfachatez y tremendas ínfulas, cuanto le había antojado la gana. ¡Sí, tenían una relación absurda". ¿Por qué? Porque él accedía. 
La cosa es que el Pacato había tenido la gentileza de conseguirle un muy buen puesto en un buen lugar en donde le pagaban bien. Ahí, ese jueves, en esa mesa de café, había tenido la deferencia de encontrarse con la Idiota para oír el rosario de pavadas que iba a decirle. 
El tipo atravesaba la reciente pérdida de un ser querido y su mujer estaba por tener familia. Y ella, se creyó con cierto derecho y se concedió la prerrogativa de aceptar la generosa invitación al diálogo. Por supuesto, debió haberla rehusado. "Hiperbólica y exigente" le había dicho él. No se lo perdonó: es así, nada le alcanza. Capricho, Egoísmo y Desagradecimiento, aprobadas con honores. Diplomada en la facultad de las Idioas con reconocimiento Summa Cum Laude. 
Y claro, no supo corresponder la disposión del Pacato, quien trató de contenerla. Algún día iba a darle las gracias. ¿Cuándo? Cuando se diera cuenta de que él había tenido razón y de que ella había estado equivocada. 
Todavía faltaba que corriera agua debajo del puente para que la versión femenina y postmoderna de Narciso dejara de ver su propio reflejo. Aun estaba estancada. Se quedó atrapada, desgastándose en detalles de la conversación: 

P: - El tema del trabajo es como una relación amorosa. Uno se siente mejor cuando toma la decisión. Muere si lo dejás morir. 

I: - Sí, bueno. Nunca terminé una relación. Soy de las que rema en dulce de leche repostero. 

Hubo una ligera sonrisa seguida de un breve silencio. Ambos se percataron de que que la analogía había sido inadecuada. ¿Era una tomada de pelo? ¡Qué por favor le dijeran que la estaban filmando y que millones de televidentes se estaban riendo, con impunidad, de su cara de Idiota! ¿A dónde estaba el conductor del programa? ¿El Pacato no se daba cuenta de que las cosas iban mal? ¿No tenía ningún consejo mejor que una boba comparación de amor? ¿Por qué le estaba diciendo eso? ¿Habría una doble intención en ese discurso? ¿Cuál era el mensaje entre líneas? 

Ninguno. La Idiota se fue rabiosa, al punto de que echaba espuma por la boca. Vinculó aquellas palabras con un asunto personal que no tenía resuelto. Y, al decir, "personal" entiendan que no me refiero a una cuestión entre ambos, sino a un estricto asunto de la persona que ella no era. Lo tomó de esa forma porque no supo ocupar el lugar que le tocó. Y, porque le resultó más fácil tomar espacios ajenos que forjarse el propio. Supongo que comprenderán por qué sostengo que el Pacato tenía razón y que ella había sido una Idiota.
Había sido, también, la más idiota entre las Idiotas el día del chubasco. Una anécdota rosa, de las de "antes": acudieron a una confitería del micro centro, cerca de la oficina en donde él trabaja. Conversaron sobre cuestiones laborales - como la mayoría de las veces - e hicieron un recorrido por un temario completo: literatura, cine, anécdotas sobre lesiones físicas, trastornos emocionales, viajes, música, actualidad política y econonmía. Una sinfonía dodecafónica. Para enamorarse. El repertorio no incluyó el tema de sus respectivos matrimonios. Lo ignoraron. O, a decir verdad, ella lo evitó. No estaba lista para pasar a los siguientes dos estadíos: devenir en la negación de sí y reconciliar los opuestos. 
Retomemos lo que pasó el día del chubasco. Charlaron, se rieron, tomaron café y fueron sexys, jóvenes y adorables por un rato. Se desearon. Compartieron un instante inocente y memorable, en el medio día de un martes gris; de esos que parece que el cielo se rompe y se cae, y que el filtro de la la memoria vuelve azul. 
Él debía retomar sus ocupaciones. Ya sabemos que el Pacato es un sujeto atareado y que la mayoría de las veces - siempre - hace lo correcto. Decidió que era hora de poner fin a la cita. Llegaron hasta la puerta, atestada de gente. Fue imposible quedarse adentro. Salieron. La lluvia era infernal, así que se refugiaron debajo de un techo de lona verde que cubría el acceso. Se quedaron varios minutos a la espera de que cesara el temporal, que no paró. Él dijo algunas cosas para "romper el hielo", y fue obsceno el granizo que reventó furioso al golpear contra el asfalto. 
Ella, tan Idiota, dejó de hablar: quiso encapsular ese chaparrón en un recuerdo, contemplarlo, atesorarlo en silencio, hacerlo inmortal. También, quiso que - ¡Por todos los Santos! - ese hombre la besara. Y en su alma sintió el beso dulce y maravilloso que no fue. O, que sucedió sin suceder. 
A las doce calabaza. Con o sin lluvia cada uno siguió su camino y, como en el cuento, se rompió el encanto. 
Antes de que él le consiguiera el bendito empleo, se convirtiera en un padre de familia y levantara el Telón de Acero, ella se había tomado la molestia de analizar, con detenimiento, el silogismo:

"A y B están casados"

"A y B se gustan"
"A y B se deben divorciar"

¡Que convoquen a las neuronas a una reunión de emergencia! ¿Nadie leyó el protocolo? ¿Cuánto tiempo queda para transmitir la información adecuada al cerebro de la Idiota? Imposible, era tarde. La Idiota ya estaba embarcada en una empresa imposible en el chat:


P: - Podríamos vernos en el Claridge - sugirió el Pacato-. Me encanta ese hotel. Es uno de mis lugares favoritos. Además, tiene una excelente coctelería. Algún día, deberíamos ir a tomar un Manhattan. 

I: - No.
P: - ¿Por qué?
I: - Porque no me parece correcto.
P: - ¿Qué cosa?
I: - Que nos veamos en un hotel.
P: - ¿Por? Seríamos como Borges y Bioy Casares. Se frecuentaban ahí. 
I: - Seríamos como Bioy Casares y Silvina Ocampo.
P: - No.
I: - ¿Por qué no?
P: - Porque ellos estaban casados.
I: - Pero no siempre lo estuvieron.
P: - Sí. Pero nosotros ya estamos casados. El divorcio es un pecado. Me tengo que ir a una reunión. Un beso.


¿What? Paren la orquesta. Bajen los telones. ¡Nos vamos! El planteo no tenía gollete. Un disparate. El Pacato estaba inmerso en diligencias y cortó por lo sano. Eso la enfureció. ¿La enfureció? ¡Es poco! Estaba poseída por el Increible Hulk. Explotaba. Estallaba: el tipo había alegado, ante todo, la cuestión religiosa. Resultaba que la Idiota tenía que ser su amante por que la fe no le permitía divorciarse. ¡Ja, ja, ja! ¡Aplausos, por favor! ¡Merecidos aplausos! De todas las excusas que se habían inventado en la historia de la Humanidad, esa era ganadora del premio a la hipocrecía. ¡Amateurs: apunten, tomen nota!
¡Que la martirizaran! ¡Qué la prendieran fuego como a Juana de Arco! ¡Qué la condenara  la Santa Inquisición! ¡Por todos los Evangelios y las llagas del Señor Jesucristo, no iba a tener una relación extramatrimonial con ese Pacato, jamás! ¿Por qué? Por que estaba mal. The end. 
Tanto se enfrascó con la negativa, que si ni quiera se detuvo a pensar cuáles hubieran sido las consecuencias de que el tipo tomara en serio la charla. ¿Qué hubiera hecho si el Pacato aparecía, como Mandrake, en la puerta de su casa? ¿Con qué truco, Hudini, lo hubiera hecho desaparecer? No lo pensó. Estaba en sus 23 años de idiotez y seguía analizando las cosas en función de lo que era y no ético. ¿Por qué? Lógico: no implicaba tomar una decisión, hacerse cargo de una elección o establecer preferencias.
Luego de ese dialogo torpe, las cosas siguieron estáticas durante meses. Llegó diciembre y, "¡Aleluya!", un giro: el Pacato ayudó a la Idiota a que consiguiera el empleo del siglo, y se aventuraron en un exótico viaje por las Islas Galápagos, en donde vieron aparearse a las tortugas gigantes y tuvieron mucho sexo. Todos contentos comieron perdices.
Siento desilusionarlos, queridos lectores: la realidad es mucho más aburrida que la ficción. Al Pacato no le gusta el calor ni la arena. Tampoco, dispuso de tiempo para avisarle a la Idiota que iban a congelar relaciones. ¿Cuál fue el cambio? Habían ingresado en el "Después", en la parte de la historia que titulamos: "El Telón de Acero". 
Durante casi un año, el Pacato y la Idiota se comunicaron vía mail, sin otro objetivo que el vinculante (el empleo). Y, cada uno de los correos siguió rígidos estándares de profesionalidad:

"Hola Idiota, 

Necesito recordarte lo poco significante que resulta tu presencia en mi vida. Gracias."

Si el Pacato había tenido un buen día, el formato era:


"Hola Idiota, 

Necesito recordarte lo poco significante que resulta tu presencia en mi vida. Gracias!"

Dejaron de hablar. Listo. ¿Para qué insistir? A falta de inventiva, la Idiota copió el modelo. ¿Había perdido el afecto? En parte, sí. ¿Y él? También. (Espero que el ánima de Saavedra no nos visite esta noche) ¿"Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego"? Tal vez.    

Otro giro. Avancemos. ¿Llegamos a la síntesis? Puede ser. Una mañana la Idiota fue a trabajar. Hacía más o menos seis meses que había alcanzado un puesto Junior en una empresa que le interesaba, en donde estaba aprendiendo un oficio a ritmos acelerados - para su apacible idiotez -. Asomaba sus 25 años y no estaba al tanto de las andanzas del Pacato, a excepción de que el ente cobraba vida, a menudo, en la ventana verde del ciberespacio. Estaba cansada y atravesaba un tiempo de abundante plenitud. ¿Se había olvidado del Pacato? No. ¿Qué había cambiado? Nada. Todo. Ella. "Estaba feliz, con su vida. Tal y como era". Entonces, entendió. 

Le escribió al Pacato por chat a primera hora de un miércoles: 


I: - Me importás. Desde hace mucho.


Jamás premeditó la posibilidad de que él respondiera. Estaban a años luz. Tampoco pensó que necesitaba una contestación. Simplemente, no quiso retenerlo.


P: - Es cierto. Hace mucho que nos importamos. El otro día me acordé cuando, de casualidad, nos conocimos...

I: - Sí, bueno. Sólo quería que lo supieras. Un beso.

Tembló, colapsó, entró en pánico. Se escabulló. Al día siguiente, lenta y tardía, le volvió a escribir. Le propuso un encuentro. El Pacato, asintió. Hubo un lapso de más de dos meses, que entre dimes y diretes, concluyó en aquel restaurante céntrico; a donde la Idiota llegó echa un puñado de nervios y disfrazada de mogijata. ¿Se había convertido en una inmoral de la noche a la mañana? No. ¿Por qué estaba ahí? Por que era su naturaleza y, así son las pasiones: nadie domina al río. Le llevó más de seis años deshacerse del miedo y entender que podía arrepentirse de todo, salvo de vivir.
















     




domingo, 31 de julio de 2016

Éstos tiempos

Tengo la leve sospecha
De que éstos atardeceres son 
La rotación sobre el eje
Del mecanismo que engrana las piezas
Y hace girar como fiestas los días.
Quizá, suceda que los treinta
Son los años dorados
Y sea cierto lo que dice la Historia
(o al menos esa versión).
Pero son gloriosos los tiempos
Cuando el tic tac marca las doce menos cinco. 

jueves, 9 de junio de 2016

La margarita en el pelo

Una margarita
Adorna tu pelo
Y decora la noche
La luna en el cielo.
Y me sigue, como una sombra,
Tu ausencia que me nombra
Y me reclama.
Ama, alma, este anhelo
Punzante y sempiterno;
Ama el invierno
Que caerá sobre tus ojos
La tarde, herrante,
En mi cuaderno.

sábado, 26 de marzo de 2016

La lluvia

Recuerdo, quiero recordar,
Que fue en abril
Aquella tarde y aquella melodía.
Ni siquiera fue muda la lluvia
Ese día.
Ni siquiera fue mía
En la simpleza que ostentaba
Y en cada gota
Te besaba.
No olvido.
Tengo una clara impresión,
Otra mirada.
Parecida, sí. Quizá,
La misma melancolía
Con una piedad distinta.
Puede que sea cierto:
Que me arrojes, en un punto,
Al agujero final y quede extinta
La palabra que mediaba.
Puede que te parezcas
No ya a una poesía,
Sino a una lluvia biciesta,
A un febrero o a una línea:
"Estoy triste y te quiero".

lunes, 21 de marzo de 2016

#DiaMundialDeLaPoesia

Si soy como un farol 
Que no se enciende,
Si soy un jazminero 
Sin flor,
Si soy un febrero
Bisiesto y triste
Y escribo un verso
De desamor;
Si me vuelvo un cascabel,
Un halo de luz,
Una paloma,
Y repico, en un papel,
Algún eco de nostalgia
O timidez;
Si con algo de avidez
Vuelco en un poema
Una línea;
Si existe en ella
Una huella, siquiera
Un dejo de la niña
Fresca y liviana
Que fui un día;
Si soy ahora y soy
Mañana todavía
Es que hay algo.
Es poesía.

martes, 2 de febrero de 2016

Reír y otros milagros

Quién hubiera dicho
Que seríamos
Sólo esta sucesión
De pausas, de silencios;
Que seríamos sólo
Dos estaciones
Entre un sonido irreversible
Y otro.
Y que habría
Cualquier esquina
Para encontrarte,
Aunque no estuvieras
Exactamente ahí, 
Aunque la lluvia
Limpiara la calle
Y te volviera,
Como siempre, 
A ese punto
Que ni siquiera conozco
Y donde no existe 
El tiempo giratorio;
A ese instante 
Que anuncia 
Que ya no seremos los mismos
Y que habrá para escapar
Cualquier pasado.
Quién hubiera dicho
Que ibas a llevarte
Una suave impresión mía
Y que acabaríamos por descansar
En este crepúsculo
Y en esta brisa
Mutuamente refrescados.
Te irás. Es cierto.
Hay un mundo que 
No nos pertenece;
Aunque haya para reír
Otros milagros
Y la misma esfera
Nos sitúe, a veces,
En un mismo espacio.

martes, 12 de enero de 2016

Guarda tu paz

Guarda tu paz 
Para mañana.
Yo guardo tu aurora
Y el instante cuando aclaras.
Guarda tu paz
Para mañana.
Yo guardo el paisaje
Donde moras.
Guardo, intacta,
La flora que habita
Aquel espacio
Como un prefacio
De tu geografía.
En la ausencia
Que reclamas,
Guarda tu paz
Para mañana;
Y al guardarse 
La luz del día
Guarda tu paz
Junto a la mía.

viernes, 8 de enero de 2016

Mariposa blanca

Al cerro va tu imagen
Y el colibrí al amancay
Vuela y se posa.

Un rubí o una rosa,
Es su garganta carmesí 
Una gema.

¡Ay, mariposa blanca!

Cuando en las cimas 
Reposas tus alas
De diamela

Las cumbres 
Sobre el lago
Son una diadema

De oro y de plata. 

Y en un bosque de arrayanes,
O en un valle de araucarias,
Va tu imagen

En una plegaria.