lunes, 15 de abril de 2019

Reflexiones de un domingo al medio día

La espera es una piedra. Una piedra en el zapato. Esto es una verdad universal, absoluta e irrefutable como la certeza de la muerte, que es la mayor de las esperas. Por eso, odiamos la espera: ¡esperar es la muerte!
Incluso, lo es para las embarazadas, quienes están en la “dulce espera”. Porque convengamos que lo de “dulce” no es más que un eufemismo, que significa un trimestre de malestar asegurado por náuseas, mareos y vómitos. De “dulce”, nada. Tal vez, en algún momento terminemos con tanta hipocresía y podamos decir la verdad del embarazo: ¡que es la “ácida espera”! O para ser usuales con la sintaxis, la “espera ácida”.
Como sea, la espera es una piedra. ¿A quién no le fastidian esas colas agónicas e interminables en el banco? ¿O qué persona no detesta las antesalas sempiternas del consultorio médico?
En ocasiones, la espera se resuelve - porque, ciertamente, es un problema - con mayor o menor ingenio, según cada cuál y sus preferencias: hay quienes leen el diario, juegan con el celular, whatsappean o entablan conversaciones profundas y ocasionales con desconocidos. Esto es lo que pasa, por ejemplo, cuando una mujer se acomoda en el asiento trasero de un taxi y en el transcurso de 10 cuadras, le cuenta al conductor acerca de la infidelidad de su esposo, del acoso de su jefe y del romance que mantiene con el arquitecto que está refaccionando su cocina.
Es cierto que no siempre se tiene éxito con eso de distraer a la espera, que - ya dijimos - es la mismísima muerte. Pensemos, por caso, en las demoras para comer, con niños hambrientos e inquietos, preguntando “¿Cuánto falta?” ¡Como si uno tuviera margen de acción frente a los 267 nombres que anteceden al propio en la lista de quien le asignará una mesa, el domingo al medio día!
Y, por supuesto, ¿qué decir del tránsito? Ahí, cuando ni siquiera hay espacio para la lucha titánica que se libra entre los automovilistas, es cuando se quiere, por fin, patear el tablero:

¡Noooooooo. Mirá el quilombo que es esto! ¡Me quiero morir!

Es verdad: uno moriría con gusto. Pero no puede. Entonces, enciende la radio con una mínima esperanza de que se alineen los planetas y se libere el tramo. ¿Y qué pasa? Piquetes, cortes y accidentes, se suman a autopistas y vías de circulación, ya colapsadas. Un drama.
Y, sí. La espera es la muerte. Por eso, voy a utilizar este texto (que sin saberlo se convirtió en una diatriba) para decirle a usted, doña, - sí, a usted le hablo, Señora de la Guadaña- que es muy injusto lo que hace. ¿Acaso, le parece bien que tengamos que esperarla la vida entera? Quizá, sería más lógico coordinar una cita, con fecha y horario estipulados, para darle así un punto final a la angustiosa existencia del ser.

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