lunes, 30 de noviembre de 2015

Infortunios de Juan

Juan nunca tuvo suerte. No tuvo hijos varones - como hubiera querido - y sus tres yernos le resultaron una gran desilusión. El primero, con suficiente capacidad y visión empresarial como para hacer dinero. También, con el juicio y el carácter necesarios como para tener a su suegro lo más lejos posible de sus negocios - y de su casa -. El segundo, un hombre con escrúpulos y buen corazón, demasiado pobre, honesto y trabajador como para ganarse el respeto de Juan. El tercero, encantador y de familia adinerada, un buen partido para la menor de sus hijas: un profesional que heredará una buena porción de tierras, dentro de varios años, cuando Juan esté muerto. 

Como dije, Juan nunca tuvo suerte: ninguno de sus yernos es estanciero, ni comparte su pasión por el semen vacuno, los fertilizantes o los agroquímicos. Y lo más trágico: ninguno le dará a Juan la seguridad y la calidad de vida que él hubiera querido para él.

Juan tampoco tuvo suerte con las mujeres. A pesar de que fue, en sus tiempos mozos, un galán (un hombre bien parecido, con fortuna y encanto) no tuvo, en verdad, suerte. En principio, quiso casarlo una maniática a quien él - después de un considerable tiempo de noviazgo - le propuso matrimonio; y al parecer, la fulana (hermosa, joven y acomodada) cometió la desfachatez de fijar fecha, mandarse a hacer un vestido blanco y repartir las participaciones. Una demente a quien Juan, con todo criterio, dejó plantada días antes de la boda (y vía telefónica). Pobre Juan: el destrato del enfurecido padre de la novia le rompió el corazón. 

Pero, él siguió creyendo y apostando al amor y a la familia. Varios años después, apareció su primera esposa: un divorcio anunciado que terminó con un archivo completo en tribunales, un álbum de bodas que quedó como un collage de recortes y una hija. Espero que entiendan, ahora, cuando digo que Juan nunca tuvo suerte. La mujer resultó ser una loca que, al parecer, no se dejó humillar lo suficiente por su adorable y dulce esposo, y su suegra - autora intelectual de varios de los infortunios de Juan-. 

Como sea, su primer y único divorcio marcó la historia de toda su vida: una Guerra Santa librada en defensa de su buen nombre y en contra del demonio de su ex, aliada - y casada en segundas nupcias - con un abogado a quien Juan le dedicó más horas de insomnio, borrachera y llanto, que a ninguna de las mujeres que le arruinó la vida.

El desdichado de Juan se encontró, allá por sus treintas, separado y con una hija que ni siquiera sabía caminar; y a quien tenía que atender y, de vez en cuando, cuidar. Créanme, la vida de ese hombre era un infierno. 

Pero, a pesar de su mala suerte, Juan es alguien que toma decisiones acertadas. Así que resolvió que de inmediato debía ponerse en campaña para encontrar una sustituta: novia, amiga, amante, esposa, empleada doméstica, secretaria o niñera, cualquiera que le resolviera el asunto de la crianza de los fines de semana. 

No llegó Mery Poppins. Juan conoció a la antecesora de su segunda esposa: un alma miserable y oscura, con gustos vulgares para la decoración de dormitorios de niñas y un nulo sentido estético para la ropa infantil. Una especie de Cruela de Vil de humanos, con el corazón lo suficientemente oscuro como para no compadecerse de la trágica situación que atravesaba Juan, y vestir a su hija con horrendos vestidos marrones (un trauma que la mocosa nunca pudo superar). Una mujer tan fría como para no complacer los infinitos y múltiples caprichos de su única y adorada hija, que crecía con ínfulas de realeza - como hicieron todas las hijas de Juan-.    

En fin, Juan nunca tuvo suerte. Lo demostró la miserable vida que tuvo con su segunda mujer. Madre de sus dos últimas hijas. Fue una vida de sacrificios, privaciones y padecimientos que tuvo que sufrir su alma incomprendida. Su segunda esposa no fue en verdad su esposa. Se casaron vía Paraguay en un intento desesperado por legalizar el acto y evitar lo que sobrevino. En ese punto, Juan tuvo algo más de suerte que con el primer matrimonio: zafó del doble papeleo, y claro, de toda esa cuestión de la Iglesia.

De lo que no se salvó fue de 20 años de tiranía: dos décadas de esclavitud, látigo y tormento marital, que para su beneficio, gozaron de interregnos. Imagino lo difícil que habrá sido, entonces, estar en los zapatos del pobre Juan. Nadie sabía lo que era tener que batallar en todos esos frentes: una ex mujer que quería verlo en la ruina, una esposa con un hijo varón de un matrimonio anterior. Sí, un hijo - varón con la cara idéntica a la del padre- a quien ella amaba; un hijo y una hija que no eran sus hijos. Y un padre de esos hijos que nunca había puesto un mango para su manutención, y que fue, durante años, un gran ausente y una gigantesca úlcera en la vida del pobre Juan. 

A eso, había que sumarle una hija - "su misma sangre" - que no vivía con él sino con el abogado instigador de todos las calumnias e injurias contra su persona. La idea de que su hija durmiera bajo el techo de ese cuervo detestable, que se había atrevido a llevar una vida más prolija que él y que -para colmo- tenía un apellido más distinguido que el suyo, le causaba náuseas. Quería patearle el trasero 
cada vez que lo veía. Pero sólo una vez - para su desgracia- lo pudo golpear. Episodio que, como imaginarán, terminó de resolverse con embargos y restricciones judiciales en los magistrados.

Juan fue incomprendido durante años. Su segunda mujer no entendió que a él, como a todo el resto de los hombres, le agarró el viejazo a los cuarenta y necesitó tener un affair con una nena de diecinueve. No lo entendió y decidió poner fin a la aventura del pobre Juan, que no tuvo suerte, y le tocó acompañar a una embarazada posesiva a la que no le gustó ser cornuda y lo echó al carajo con una pansa de ocho meses.

Luego, Juan se deshizo de la nena del percance. Esa chiquita era una inmoral y no le convenía. Entonces, Juan conoció a una agradable y linda divorciada con un hijo, que duró dos meses en cartelera. Más hijos ajenos y más propios... No iba a funcionar. ¡Pobre, pobre Juan: tuvo que decirle "adiós" a la vedette del verano! 

Entonces, volvió al yugo. ¡Qué injusticia! Cuán miserable fue la existencia de ese hombre en la infeliz rutina de las obligaciones conyugales. ¡Sí! Vivió durante años una existencia miserable, sin las cosas que para él marcaban su pulso vital: la farra, las minas, el whisky y los amigotes. Qué triste fue para él no ser comprendido por aquella mujer a la que amaba menos que a sí mismo y quien lo obligaba a coartar sus libertades.

Juan nunca tuvo suerte. Al fin de tanto padecimiento - fingidas vacaciones en familia y noches con matrimonios enemigos- decidió experimentar una intensa y apasionada relación con su secretaria, 20 años menor que él. Y como era de esperarse, su situación sentimental fue de mal en peor cuando el asuntito llegó a oídos de su esposa y la bruja destructora de cuentas bancarias le sacó un boleto sin retorno a la concha de la lora e inició una guerra de guerrillas, con sus hijas de rehenes y creativos hostigamientos materiales, que duraron poco más de una década.   

¿Y qué podía hacer Juancito, víctima de toda esa violencia? No tuvo otra opción que "blanquear" a la amante y empezar con ella una relación "estable". Como dije, Juan siempre se caracterizó por sus maravillosas decisiones; y tras 20 años de suplicio por la manutención de hijos ajenos, buscó rehacer su vida sentimental - por tercera vez - con una divorciada, con prole en edad escolar. Creo, que a Juan le encantan los remakes.

Pobre Juan, no tuvo suerte. Cuando se dio cuenta de que dejar a su familia por una mujer 20 años menor no había sido la opción más acertada, había pasado un lustro. Y, tras una seguidilla de asuntos de mayúsculo infortunio, resultó que no pudo desvincularse de la "no tercera mujer", con quien compartía cuentas conjuntas y varias cuestiones comerciales.

Prueba de la mala suerte de Juan: múltiples intentonas de volver con su ex (devenida en neo- amante), mientras pretendía sin éxito deshacerse de la secretaria (devenida en neo- bruja). Digánme, ¿el pobre hombre no tuvo mucha mala suerte? Cuánto infortunio habrá padecido para insistir con la segunda - quien, a decir de Juan, se creía que "era hija de Mitre".

La cuestión es que la no tercera esposa de Juan, tuvo la dicha de soportar el desprecio de una estirpe de "nenas - serpientes- perfectas de papá". También, la suerte de decorar su frente con una elegante cornamenta, una libreta de matrimonio sin firmar, unos hijos de los que Juan nunca se ocupó ("¡Ni en pedo, que se haga cargo el padre!") y un celular que, de tanto en tanto, nadie atiende. ¿Por qué? El pobre Juan no tuvo una vida de suerte. Ahora está viejo, y no tiene ganas de seguir lidiando con las minas.

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