domingo, 17 de marzo de 2019

Historia de bondi

Walter fue a hacer un campo a Santa Fe. Tenía información de que el dueño, un tal Gutiérrez, había vendido unos 60 caballos. Iban a ir cinco a juntar esa guita: Walter “el Negro”, Poche -un pibe de Córdoba bastante profesional, con quien Walter había trabajado varías veces- y otros tres tipos de Rosario, los hermanos Santillán, que manejaban una movida en el puerto.
El operativo se pinchó porque un rati lo llamó al Negro para avisarle que el viejo había garpado custodia policial de otra jurisdicción. Le dijo que no habían podido arreglar, que robar la estancia de Gutiérrez era para bardo. Pero le dió el dato de que iban a liberar la autopista durante la madrugada, a la altura de Zárate.
¡Había que hacer un camión! Ese era el nuevo plan. Los pibes estaban ahí. No eran piratas del asfalto, pero tenían que traer algo de vuelta.
El Negro no estaba convencido de que era una buena idea. Esa noche me llamó desde un locutorio:

- ¿Por qué no estás acá, má? ¿Por qué no estás?
Tenía la voz rara. No era común que se comunicara conmigo antes de un choreo.

- ¿Qué pasa, pá? ¿Por qué no te volvés?
- No, Negra. Olvídate. Esto se hace. Lo único que te digo, es que si a mí me pasa algo, vos levantate porque los cuervos van a ir a alimentarse de la carroña. ¿Me entendés, má? ¡Levántate, eh!
- Sí, Negrito. Quédate tranquilo. Yo voy a estar bien. Te amo.

Lo amaba. Hablo y se me hace una cosa acá en el corazón, te juro. Hacía diez años que estábamos juntos y era complicado. ¿Sabés la cantidad de noches en las que no pude pegar un ojo pensando en que Walter volvía a casa en un cajón? Creo que por eso no tuvimos hijos, para que no quedaran huérfanos.
Era difícil, además, porque tenía que resguardar a la familia, tenía que preservar a mis sobrinos. Por ejemplo, cuando iba a tomar mate a lo de mi cuñada, no lo llevaba -iba sola-. No quería que los chicos supieran ni cómo se llamaba.
Yo laburo desde los 14 años. Me fui de mi casa porque mi vieja murió y mi viejo era borracho y golpeador. Entonces, me rajé y me puse a laburar. Hice de todo. Y cuando pude me llevé a mis hermanos y los crié. O sea, trabajé toda la vida. Por eso no quería la guita sucia, la plata a la que nosotros le decimos “del lavado”. ¿Entendés?
Esa noche, mientras hablaba con el Negro tuve un pálpito. Ahí nomás, fui a la pieza del fondo, a donde él escondía la plata, debajo de una baldosa floja sobre la que había un aparador. Corrí el mueble y la metí en un bolso. No la conté. Serían unos 500 mil pesos. Lo llamé a Sergio, un remisero amigo que estaba terminando su jornada, para pedirle que me llevara a lo de mi comadre - a unas 30 cuadras de casa- y subí al auto.

- ¡Abrime, boluda! Soy yo, Marcela.
- Ahí bajo, madre. ¿Estás bien?
- No. Vine a traerte algo. Apúrate. ¿Querés?
- Tomá, para que le pagues a Romina una educación - le dije apenas entornó la puerta. Le di el bolso y subí de vuelta al coche.

Mirá como son las cosas, el día del aniversario de Walter es la misma fecha del fallecimiento de mi vieja. Walter murió en la madrugada del 5 de agosto. Le metieron tres tiros en el pecho en ese enfrentamiento con la policía, mientras la banda limpiaba el camión de caudales. Tenían 20 minutos para eso. No llegaron. Dijeron que les pasaron mal la información, que fue una cama porque Raúl Santillán - el cabecilla del trío-, se había hecho el piola con un comisario. Hubo varias versiones de eso. No quise saber nada con ninguna. No quise escuchar a nadie.
Durante mucho tiempo me acordé de lo que Walter me dijo la última vez que hablamos: “(...) si a mí me pasa algo, vos levantate porque los cuervos van a ir a alimentarse de la carroña”.
Tenía razón. Aquella tarde del 5 de agosto, mientras yo estaba con mi comadre cremando los restos del Negrito, acá en el cementerio de José León Suarez, su papá fue a donde vivíamos, con dos medios hermanos de Walter. Revolvieron toda mi casa, hasta le hicieron un tajo al sillón, buscando la guita que le había entregado a la mamá de mi ahijada hacía unas horas.
Del Negro me quedaron recuerdos. Algunas fotos, nomás, y un recorte de la sección “Policiales” del diario La Capital.

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